Nacionalizar la minería: idea repetida y equivocada
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«La izquierda, que domina la Convención Constitucional, desprecia hacer negocios, comerciar y correr riesgos financieros, pero sueña con expropiar todo lo que brilla».
El autor superventas Yuval Noah Harari («Sapiens. De animales a dioses») nos previene de que la ignorancia no es relevante hasta que se combina con el poder, en cuyo caso puede tener efectos devastadores.
La absurda teoría de los «shrinking markets», promovida a principios del siglo XX por los comunistas Nikolai Bukharin y Rosa de Luxemburgo, postulaba que las sociedades industrializadas debían buscar su autarquía económica. Esta teoría no habría tenido ningún efecto si no hubiera sido adoptada por Adolf Hitler y Hideki Tojo, que detonaron una guerra mundial en la búsqueda de materias primas para asegurar la sobrevivencia de Alemania y Japón, respectivamente. Conquistar en vez de comerciar ha sido la premisa de los ignorantes en economía.
Esa ignorancia, acompañada de poder, ha tenido efectos demoledores en muchos países.
Hasta las reformas de Deng Xiaoping, China no era ni siquiera capaz de alimentar a su gente. Y Venezuela, gracias al «socialismo del siglo XXI» -cuyos resultados son idénticos a los del siglo XX-, pasó de ser el país más rico de la región al más pobre.
Argentina incluso llegó a fijar por ley el tipo de cambio. Esta es la ignorancia de los que creen que la ley es omnipotente para derogar el problema de la escasez. Así, por ley se podría fijar precios para terminar con la inflación o emitir moneda para terminar con la pobreza.
En la Francia revolucionaria, el Comité de Salud Pública que presidía Robespierre decidió poner fin al problema de los alimentos en París fijando los precios del pan y otros productos denominados esenciales. Como la iniciativa no tuvo éxito en aumentar la oferta de alimentos, mandó entonces al ejército a requisar a los agricultores «acaparadores». Menos de un año después guillotinaron a Robespierre.
El desprecio de la Convención Constituyente (CC) por la economía no pasaría de ser una mala broma si no fuera porque tiene el poder para definir el futuro de Chile. Y como ocurre siempre en estas asambleas variopintas, la ignorancia tiene certezas donde la sabiduría solo tiene dudas. En la CC se ha instalado la idea de que una opinión es tan válida como la evidencia, y la ignorancia, tan respetable como el conocimiento.
La mal llamada nacionalización de la minería, propiciada por la CC, es una mala idea y un muy mal negocio para Chile. Si se expropia a los dueños pagándoles su valor comercial se estará usando recursos fiscales escasos que tienen usos socialmente más urgentes (vivienda, salud y educación) para comprar minas. Y si se les confisca sin indemnización, nos ganaremos un sinfín de juicios, nos transformaremos en parias de la comunidad internacional y perderemos las inversiones en exploración y desarrollo, que son las que mueven la industria y desarrollan el país. La nacionalización sesentera fue una mala idea, pero al menos tenía el beneficio de la duda. Hoy solo se haría por ignorancia o mala fe. Ese proceso retrasó 25 años el desarrollo de nuestra minería y lo hará de nuevo si lo replicamos.
La izquierda, que domina la Convención Constitucional, desprecia hacer negocios, comerciar y correr riesgos financieros, pero sueña con expropiar todo lo que brilla. No se da cuenta de que nacionalizar la minería es un pésimo negocio. Y la razón es muy simple: hoy el Estado no gasta en exploración (por cada 300 exploraciones, una tiene éxito) ni tiene que invertir en expansiones. Sin embargo, sin poner ni un solo peso y por vía de impuestos es socio de todas las minas exitosas. A ellas les cobra patentes, IVA, royalty, impuesto de primera categoría y adicional (35%). ¿Cuál es el sentido de expropiar una industria de clase mundial para encargarle su administración a un Estado que hoy administra mal cuestiones básicas como la seguridad, la educación y la salud? Hay que ser muy ciego, muy corrupto o muy necio para además querer entregarle la minería.
Debemos ser humildes frente a la Constitución. A pesar de lo que creen en la CC, ella no nos puede hacer más altos, más inteligentes o más ricos. Y si la CC no entiende cuáles son sus límites y cuál es su función, vamos trabajando en un plan B.